NUEVA RECOMENDACION DE JOSEIERA
"Poco después de terminar el rodaje de mi última película, recuerdo que leí algo sobre un crimen perpetrado en Chicago el día anterior. No se me ocurre un lugar más idóneo para situar la escena de un crimen. Chicago me ha parecido siempre el lugar perfecto para semejante crimen: el viento helado que sopla del lago Michigan, los largos coches negros como exhalaciones por las autopistas y el súbito y mortal tableteo del fuego de las ametralladoras. En verdad, el lugar perfecto.
Sin embargo, el asesinato del que les hablo fue terriblemente decepcionante. Una señora de edad madura, al parecer felizmente casada desde hacía varios años, salió una tarde de compras y adquirió un sombrero. Su coste, 39 dólares con 98: precio de saldo. Obviamente una buena compra. Lo llevó a casa, orgullosa, y se lo enseñó al marido, recién llegado de la oficina después de un día difícil y agobiante. A él, por desgracia, no le gustó el sombrero. La mujer, entonces, sin perder la calma, fue a la sala de estar, abrió un cajón, sacó una pistola del calibre treinta y ocho, y de un disparo mató al marido.
¡Qué aburrido! Un solo disparo y ¡puf! ¡Cuánto mejor hubiera sido vaciar el cargador entero contra el hombre en un ataque de histeria..., pero no, ¡un único disparo!
Me parece a mí que cuando nuestro siglo era joven todavía el crimen no se hubiera cometido de un modo tan vulgar. Dudo que se hubiera empleado una pistola, dado que la pistola no es, estoy seguro, un arma femenina, como tantos escritores de intriga nos han hecho creer reiterada y concienzudamente. Un rodillo tal vez, un puñal traído de la jungla del Amazonas por el original compañero de viaje de Theodore Roosevelt, una dosis de veneno en la sopa, un cable finísimo pero muy fuerte, tendido desde un tramo alto de la escalera...
Ésta era la grandeza de los años pretéritos, cuando el asesinato se cometía con gusto e imaginación.
Por supuesto, todos recordamos la historia de Miss Lizzie Borden, que se apoderó de un hacha y mató a sus padres de cuarenta hachazos.
Luego tenemos al caballero que el 31 de diciembre de 1913 apuñaló a su mujer, la descuartizó y mandó los pedazos a sus amigos y parientes con los mejores deseos para un feliz Año Nuevo.
La Prensa habría agradecido una buena estrangulación, o una mujer amarrada y abandonada en la vía férrea (naturalmente, uno debería asegurarse de que los trenes aún siguen funcionando).
No puedo prometerles semejante excitación en el futuro, pero sí les prometo una buena y estremecedora diversión en las páginas siguientes"
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